La democracia es un sistema de gobierno en el que el poder emana del pueblo, pero además se basa en principios y valores, fundamentalmente el respeto a los derechos y libertades de las personas. La dictadura, muchas veces, emana del pueblo, pero…
Adolf Hitler tuvo un ascenso rápido al poder en Alemania, sobre todo, después de que el nazismo ganara en las urnas en 1932. Luego no dejó de concentrar poder, hasta que llegó a ser absoluto y prácticamente todos los alemanes le siguieron ciegamente en su desenfrenado afán expansionista y su política supremacista: la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto judío.
En Chile, Augusto Pinochet encabezó el golpe de estado contra Salvador Allende en marzo de 1973. Impuso pronto una dictadura y, aunque activó la economía y ganó mucha popularidad por ello, cuando intentó validar su régimen por medio de un plebiscito en 1988 (votación), perdió en las urnas y terminó entregando el poder a manos civiles en 1990. Pronto se supo que en medio de ese poder absoluto hubo violaciones a los derechos humanos y un enriquecimiento por corrupción.
En Guatemala, Jorge Ubico llegó a la presidencia por mandato popular en elecciones. Su gobierno empezó en 1931 y no tardó en ganar popularidad por activar la economía y garantizar la seguridad ciudadana. Reformó la Constitución y se volvió dictador hasta 1944, cuando se vio obligado a renunciar por un movimiento social y protestas.
Intentó trasladar el poder a su “delfín”, y el país se levantó y una Revolución terminó con el “ubiquismo”.
Las dictaduras surgen continuamente, ya que el poder es una especie de droga que genera adicción en personas que tienen otra característica en común, la intolerancia.
En nuestra región latinoamericana las dictaduras no son nuevas. Se repiten en Cuba, Nicaragua y Venezuela, tres países en los que –incluso–, se han visto una especie de dinastías gobernando con el puño de hierro. Pero también se han vivido prácticamente en toda la región.
El concepto de dictadura es que se trata de una persona, el gobernante, quien concentra todo el poder del Estado: maneja los organismos Ejecutivo, Judicial y Legislativo a su sabor y antojo.
Pero hay otros factores que requiere el dictador para mantener el poder, especialmente el control de la información. Antes eran solo los medios de prensa, hoy en día es manejar con habilidad las influyentes y distorsionadoras redes sociales.
Ahora toca el turno a El Salvador, bajo la presidencia autoritaria de Nayib Bukele, quien mantiene uno de los índices más altos de popularidad para un gobernante de cualquier parte del mundo.
El presidente salvadoreño se muestra muy eficiente en la lucha contra las pandillas y eso ha sido suficiente para que el pueblo lo encumbrara a un segundo período, aunque para eso hubo de pasar sobre la propia Constitución. Ahora será diferente.
Controlando las cortes y el Congreso, ha impulsado la reforma constitucional que abre las puertas a la reelección indefinida.
Este no es un concepto nuevo. Existe en Cuba, y lo aplican con rigurosidad Daniel Ortega (Nicaragua) y Nicolás Maduro (Venezuela).
En estos países no se trata ya de elecciones transparentes, sino que de imposiciones por medio del poder de los dictadores. Y lo hacen al mejor estilo de Jalisco: “Jalisco nunca pierde y cuando pierde, arrebata”.
Lo que ha hecho Bukele en El Salvador reformando la Constitución era algo esperado y fácil de anticipar, la verdad. Lo malo es que cuando el poder es absoluto, el abuso puede ser gigantesco, las libertades individuales y colectivas se ven cercenadas, y la democracia se convierte únicamente en la fachada que justifica las acciones que se toman.
La libertad de prensa y el respeto al Estado de Derecho serán las víctimas inminentes.