POR RAMFIS RAFAEL PEÑA NINA
1945 y 1946 marcaron un hito sin precedentes: los Juicios de Núremberg. Por primera vez, los criminales de guerra más poderosos del régimen nazi fueron llevados ante un tribunal internacional. El mundo, todavía temblando por las atrocidades del Holocausto, intentaba algo nuevo y audaz: aplicar justicia global por los crímenes más espantosos cometidos contra la humanidad.
Pero hoy, casi 80 años después, la historia parece exigir otro tribunal. Esta vez, no desde el eco de Auschwitz o Treblinka, sino desde los escombros de Gaza, Rafah, y el muro que ahoga la vida en Cisjordania. La masacre de niños, mujeres y ancianos palestinos se transmite en vivo, en alta definición, mientras el mundo, enmudecido por intereses, se convierte en cómplice por omisión.
A los palestinos no solo se les arrebata la vida: también se les ha robado el relato. Desde 1948, cuando comenzó la ocupación israelí avalada por potencias occidentales, han sido empujados sistemáticamente al olvido, al destierro, al confinamiento y a la desesperanza. Han sido convertidos en refugiados en su propia tierra, en parias sin estado, en sombras humanas detrás de un muro.
Se nos enseñó a nunca olvidar el genocidio judío, y con justa razón. Pero hoy los nietos del horror ejercen contra otro pueblo lo que un día juraron que nunca más permitirían. Lo que hace décadas se denunció como crimen de lesa humanidad, ahora se justifica como defensa nacional.
Gaza arde, pero el mundo calla. ¿Qué más tiene que pasar para que el derecho internacional vuelva a despertar?
Netanyahu, como líder del gobierno israelí, carga sobre sus hombros decisiones que han causado miles de muertes indiscriminadas. Pero no está solo: hay bancos, fabricantes de armas, gobiernos y organizaciones que alimentan el fuego. Las bombas que matan civiles no caen solas: tienen firmas, códigos, facturas y cómplices en traje y corbata.
¿Es venganza lo que vemos? ¿Es este el eco retorcido de lo que el mismo Hitler profetizaba desde su abominable visión? Esa afirmación, aunque provocadora y moralmente riesgosa, lanza una pregunta incómoda: ¿pudo el dictador haber previsto la radicalización del sionismo político como una amenaza futura, tal como hoy lo denuncian muchas voces globales?
No se trata de justificar lo injustificable —nunca lo fue el nazismo, jamás lo será el antisemitismo—. Pero es justo y éticamente obligatorio cuestionar el sistema de impunidad que permite a un Estado actuar con desmedida brutalidad mientras los organismos internacionales balbucean.
El mundo necesita un nuevo Núremberg. Uno donde no sean solo cuatro potencias quienes definan qué es justicia y qué no. Un tribunal verdaderamente global, independiente, plural, que tenga el coraje de llamar a cuenta a todos los violadores del derecho humano sin importar su bandera, poderío nuclear o aliados diplomáticos.
Palestina no necesita limosnas ni discursos. Necesita lo mismo que necesitó Europa en 1945: verdad, justicia, y reparación. La historia está observando… y juzgará, no a los que cometieron los crímenes solamente, sino a todos los que los permitieron.